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Diario de Mad Agriculture

Publicado en

November 30, 2020

Escrita por

Emily Payne

Fotos por

Sophia Piña-McMahon

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​​Al igual que muchos de mis vecinos, la familia Jones se ha dedicado a la agricultura por casi un siglo. Desde que el Dr. Thomas Jefferson Jones estableció su consultorio médico y farmacia de pueblo, cinco generaciones de Jones han llamado hogar al Valle de San Luis de Colorado. Michael y Sarah—con sus hijos Opal, Juliette y Georgia—son la generación más reciente que ayuda a administrar Jones Farms Organics, siguiendo con la tradición agrícola que el abuelo Cuvier comenzó en 1925. 

El Valle de San Luis es la segunda región productora de patatas frescas en Estados Unidos, ocupando 8,000 millas cuadradas que incluyen el desierto de altitud más grande en América del Norte. La época de cultivo dura solo 90 días, y la región tiene algunas de las temperaturas más frías y menos precipitaciones de Colorado; no es poco común que los granjeros sufran una helada mortal en julio. Pero el suelo arenoso y la abundancia de luz solar son una bendición para los cultivos de patatas.

Este próspero paisaje agrícola ha tensionado al acuífero de la región. El uso de agua superó el suministro durante la mayor parte del siglo XX, y sequías sin precedentes en décadas recientes han empeorado el problema. El caudal del Río Grande fue uno de los más bajos registrados en 2018, y desde agosto de 2020, el 100 por ciento de Colorado fue designado como seco fuera de lo normal o en sequía. Mientras tanto, el auge inmobiliario de la Cordillera Frontal ha intensificado la batalla por el agua entre agricultores, reguladores y urbanizadores.

“La agricultura regenerativa puede jugar un papel enorme en el suelo siendo una esponja y ayudando a ahorrar agua”, dice Sarah. Pero en el valle las metodologías regenerativas siguen siendo una rareza. 

La familia bromea con que la crisis de la madurez del padre de Michael, Rob Jones, fue convertirse en granjero orgánico en 2005. Había estudiado agricultura orgánica desde su regreso a la granja después de la universidad y empezó a probar con lo que en ese momento eran métodos casi nunca utilizados. Rob aplicó sus conocimientos de biología para prestarle más atención a la materia viva en el suelo, y pronto se sumó a grupos de salud del suelo, convenciones y otras reuniones para aprender más. Cuando vio que la cantidad de plaguicidas, fertilizante y herbicidas que tenía que aplicar cada año aumentaba, pero no el rinde, la necesidad de desviarse de la agricultura convencional quedó clara.

Pero en el valle, unas pocas grandes familias agrícolas abandonaron sus certificaciones orgánicas este año. Menos rinde, malezas más altas, sin uso de sustancias químicas y más trámites y las engorrosas auditorías orgánicas, además del alto precio de lo convencional, significó que ya no tenía sentido el negocio de cultivar productos orgánicos. “Estamos hablando de agricultores de quinta y sexta generación que se dan por vencidos”, dice Sarah. Mientras tanto, la familia Jones a menudo no puede producir suficiente para abastecer la demanda de productos orgánicos en su mercado. 

Cultivar con métodos orgánicos y regenerativos es una experiencia de aprendizaje constante. “Es excitante y agotador y gratificante, y además, es simplemente muy difícil”, admite Sarah. Ella y Michael han sido agricultores de tiempo completo en Jones Farms Organics por un poco más de tres años. Pero en ese tiempo, han sido pioneros de un nicho del mercado imprevisto: variedades de patatas raras.

Empezó en 2014, cuando Rob Jones vio una desconexión principal en el mercado: Sarah y sus amigos foodies se enloquecían por las variedades de patatas únicas que servían en restaurantes de Denver pero el almacén mayorista de patatas —único comprador de Jones Farms Organics en el momento— no las quería. Rob quería cultivar variedades con creciente popularidad como la patata morada oscura, pero no había un mercado local para esto.

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Sarah se comunicó por teléfono con potenciales compradores. Pronto consiguió que un servicio de entrega de frutas y verduras en la zona incluyera las nuevas patatas de Rob en sus cajas. Luego, se dirigió a chefs de la localidad, que en ese momento solo se asociaban con granjas locales muy, pero muy pequeñas. Un agricultor del Valle de San Luis que enviaba un palé de patatas hasta Denver, mientras los vecinos las enviaban por semirremolque, era gracioso. Las tarifas de entrega solas serían enormes, le dijeron a la familia, y nunca obtendrían una ganancia. 

Pero se alinearon los planetas cuando Jones Farms Organics empezó a vender sus patatas rojas, blancas y azules a Whole Foods Market; nació el “colorido combinado de Colorado”. A través de una alianza con el centro de investigación de patatas de la Universidad Estatal de Colorado, a casi 30 minutos de distancia de la granja, Sarah va a comprar patatas cada año para probar “variedades de patatas extravagantes que nadie más realmente quiere”. La familia cultiva básicamente estas variedades exclusivas con métodos orgánicos y regenerativos y luego las envía al mercado minorista a través de Whole Foods, donde se han vuelto increíblemente populares.

Las patatas tienen una historia biológicamente compleja. El cultivo data de alrededor de 7,000 años atrás por las montañas de los Andes centrales y Perú, Bolivia y Ecuador actuales. Hay 5,000 o más variedades de patatas “pero como americanos, somos muy buenos en deshacernos de todas las variedades extraordinarias y reducir a una variedad aburrida que creemos que es la mejor”, advierte Sarah. Para los Jones, las patatas deberían tener color, variedad y diversidad, ¡y un sabor increíble! 

“Intento hacer con las patatas lo que se hizo con las manzanas”, dice Sarah. “Al final del día, son todas patatas, pero todas tiene diferentes usos y diferentes perfiles de sabor. En lugar de llamar a todas las patatas amarillas una patata de Yukón, llamémoslas por su nombre”. Su favorita se apoda terciopelo negro: una bonita delicadeza en morado oscuro. A los chefs les encanta la patata amarilla gelatinosa y, dice Sarah, las grandes patatas teñidas de los Jones logran las mejores tortillas de patata rallada. En su casa, las niñas se enloquecen por las variedades rosas que hacen que el puré luzca como helado de fresa. 

Cultivar variedades tradicionales, a veces temperamentales, con métodos orgánicos y regenerativos sí suma tiempo y mano de obra sin mucha ganancia, dice Sarah. Michael trabaja de 12 a 14 horas por día, seis días por semana. En la temporada baja, cuando otros agricultores quizá se preparan para la próxima temporada, trabajan en los equipos, esquían o pasan más tiempo con la familia, Michael tiene un empleo de consultor en biotecnología para mantener las cuentas pagas. Mantienen a su familia de cinco personas con solo un ciclo de agricultura sustentable o alrededor de 120 acres. Esto es algo sin precedentes en el Valle de San Luis, donde la mayoría de los agricultores trabaja más de 20 ciclos, o más de 2,000 acres. Pero para la familia Jones, no hay duda en que esta es la manera en la que deberían cultivar. 

Michael y Sarah siguen la dedicación de Rob Jones con la promoción de la materia orgánica en el suelo, porque la ven como un factor clave para un negocio sustentable además de para un mundo más sano. “Creemos fervientemente en la salud del suelo, la salud del planeta, la salud de nuestra familia y la salud de nuestros clientes”, dice Sarah. Mientras que la mayoría de los agricultores del valle, tanto orgánicos como convencionales, cultivan patatas y cebada en rotaciones cada dos años, Michael y Sarah han sumado cereales reliquias y trigo para procurar conseguir una rotación de cuatro años para mejorar la salud del suelo.

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La diversificación está rindiendo frutos; ven demanda y un mercado para los nuevos cultivos. “Sobre todo durante la pandemia, hemos visto una mayor conexión. La gente quiere saber que no está comprándole a una empresa gigante; quieren saber que es una pequeña granja familiar. Y, literalmente, están pagando las clases de ballet de nuestras hijas”.

Los Jones ahora trabajan con un grupo de distribuidores y se asociaron con algunos de los principales chefs del estado: patatas para el ganador del premio James Beard, Alex Seidel de Mercantile, Fruition, and Chook Chicken; trigo para la masa madre premiada de Kelly Whitaker en The Wolf’s Tailor; y centeno para el licor de The Family Jones Spirit House (que de casualidad tienen el mismo apellido pero no parentesco). También aumentaron su volumen para Whole Foods Market, duplicando los acres del combinado desde el inicio de la asociación.

Jones Farms Organics ahora es el mayor productor en el estado de trigo y centeno integrales y orgánicos de variedad reliquia y procuran seguir ampliándose. Están cultivando girasoles para aceite de girasol de Colorado Mill y buscan socios para aceite de cártamo. Los pollos de Jones Farms Organics tienen tantos seguidores en el mercado de productores agrícolas ahora, dice Sarah, que podrían vender probablemente el doble o triple de lo que están produciendo. 

Diversificar deliberadamente sus cultivos y sus clientes es fundamental para Michael y Sarah; la pandemia fue un crudo recordatorio de que no se deben poner todos los huevos (o patatas) en la misma cesta. A pesar de que los pedidos de los restaurantes desaparecieron a principios de año, Jones Farms Organics tuvo un aluvión de pedidos de Whole Foods. 

Sarah habla con todos los clientes antes de decidir qué plantar cada temporada, pero no firma contratos: “Todo se basa en la confianza y el boca a boca. Y eso los deja boquiabiertos”. Dice que la cantidad de tiempo y energía que llevaría crear un contrato no importa si alguna de las partes al final no puede cumplirlo. En vez de eso, los Jones prefieren ir conociendo a su cliente, construir una relación, generar confianza y darse un apretón de manos.

Su mercado de productores agrícolas es donde se generan muchas de esas relaciones, y donde Sarah recobra más energía: “Escuchar los comentarios directamente y la positividad de nuestros clientes me mantiene en pie y me devuelve la energía que quizá perdí en el transcurso de la semana”. 

Michael y Sarah ahora están convirtiendo una casa que compraron hace poco en un futuro sitio de agroturismo: Farmbnb, como Sarah lo llama. “Somos orgánicos, somos regenerativos, somos multigeneracionales, somos locales… siempre bromeo que tengo aquí todas las palabras claves, pero también tengo la pasión y la historia para sustentarlas”, dice. Al ser anfitriones, espera conectarse con incluso más clientes para compartir cómo la familia Jones practica una agricultura diferente, y por qué es importante: no solo para tener una comida más deliciosa sino también comunidades y ecosistemas más sanos.

Originally published in
Mad Agriculture Journal Issue 4

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