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Diario de Mad Agriculture

Publicado en

June 01, 2020

Escrita por

Maria Givens

Fotos por

Jordan Perkins

La resiliencia es una ineludible expresión en boga hoy en día, y por un buen motivo. Debido a la pandemia mundial causada por el COVID-19, las grietas en nuestra sociedad se han exacerbado. Si antes dudábamos sobre si nuestro sistema alimentario mundial era resiliente, ahora sabemos que no lo es. Por ejemplo, los contagios de COVID-19 entre empleados en plantas procesadoras de carne cerraron puntos cruciales en nuestra cadena de suministro y dispararon el precio de la carne. 

Estas grietas en nuestro sistema alimentario están dejando a las personas en pésimas situaciones. Algunas veces, es casi demasiado para entender, haciendo que sea difícil identificar el punto de partida de estas grietas y cómo erradicarlas. Tenemos una sensación de que la forma de avanzar es a través de este concepto de resiliencia, pero encontré que muchas personas ni siquiera saben qué significa la palabra. 

Dejé de contar cuántas veces me dijeron: “Los indígenas americanos son gente resiliente”. 

Soy indígena. Soy de Coeur d’Alene. Soy escritora y una profesional del sistema alimentario. Y, por supuesto, soy una persona resiliente. No sobrevives en un pueblo fronterizo de Idaho como niña indígena sin una pizca de resiliencia. 

Por mucho tiempo, pensé que resiliencia quería decir fortaleza, agilidad y caer parado como un gato arrojado de un edificio de diez pisos. Creí que quería decir no dejar que las cosas te afectaran y abrirse paso sin importar lo que te avientan. Pensé que la definición se limitaba exclusivamente a sobrevivir. Pensé que resiliencia se limitaba a una persona. 

Cuando me decían que los indígenas son resilientes, creía que era más en un sentido histórico. Eres descendiente de personas que sobrevivieron enfermedades, sobrevivieron incluso pérdidas masivas de tierras y las despojaron de su cultura. Esto tenía sentido, los indígenas individuales podían ser resilientes porque en algún lugar de su ADN había una fortaleza legada y que ahora está entrelazada en mis genes también. No veía a la resiliencia como un rasgo que podía presentarse fuera de los individuos. 

Hasta hace poco, no sabía que la resiliencia podía ser una característica de las instituciones, mucho menos de algo tan masivo como un sistema alimentario. La resiliencia no es solo un sinónimo de fortaleza.

La resiliencia tiene dos partes: 

Sobrevivir una conmoción
Recuperarse de esa conmoción con más fuerza y mejor equipado para lidiar con otra conmoción

La segunda parte es la más importante: recuperarse con más fuerza. 

¿Qué significa eso para un sistema alimentario? ¿Qué significa eso como indígena que espera lograr un cambio positivo en el sistema alimentario para apoyar a miles de agricultores y ganaderos indígenas americanos durante la época del COVID-19? ¿Cómo construimos sistemas resilientes de manera proactiva que sean fuertes antes de que se produzca una conmoción? ¿Por qué ninguna de estas preguntas teóricas importan cuando las personas están muriendo y pasan hambre ahora mismo? Estas son las preguntas que me desvelan por las noches de cuarentena. 

Creo que no hay una respuesta sencilla a un problema tan complicado. La sociedad, el sistema alimentario y la agricultura, en general, son demasiado complicados para lograr una solución mágica, hasta ahí está claro. 

Lo que sí sé es que nuestro recurso más importante es la gente buena y honesta y las relaciones que mantenemos entre esa gente buena y honesta. 

Creo que la gente se sorprende al descubrir que detrás de los blancos, los indígenas americanos son el grupo étnico más grande de productores en América. Los indígenas americanos y los nativos de Alaska conforman 79,000 agricultores y ganaderos en 59 millones de acres que generan $3,500 millones en ventas agrícolas. Los productores autóctonos son más jóvenes y es más probable que sean mujeres que el promedio nacional. Nuestras granjas y haciendas conforman el 6% de la base de tierras que producen alimentos del país, pero nuestras ventas equivalen al 1% de las ventas agrícolas de EE. UU. 

Estos 79,000 productores autóctonos tienen algo en común conmigo. Tienen resiliencia incorporada en su ADN, igual que yo. Como individuos, somos resilientes. Pero podemos mejorar nuestra resiliencia colectiva para los sistemas alimentarios de indígenas americanos y de EE. UU. El COVID-19 no solo nos enseñó que necesitamos esto, sino que lo necesitamos ahora.

Mi consejo es solo intentar conectarse, incluso cuando parezca incómodo. El riesgo es demasiado para tener miedo. Y no podemos hacerlo solos. 

La resiliencia de un sistema alimentario requiere de unión. La resiliencia requiere adaptarse juntos, aprender mutuamente y encontrar la fuerza de otros individuos para construir un sistema más fuerte. 

Cuando pienso en cómo el sistema alimentario se recuperará y será más fuerte después del COVID-19, espero que incluya la colaboración entre productores indígenas y no indígenas. Podría ser el inicio de una hermosa amistad.

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Originally published in
Mad Agriculture Journal Issue 3

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