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Diario de Mad Agriculture

Publicado en

January 30, 2023

Escrita por

Sophia Piña-McMahon

Fotos por

Sophia Piña-McMahon

El maíz es probablemente el cultivo alimenticio más importante que se ha sembrado en los continentes de América del Norte y del Sur. En la actualidad, solo en Estados Unidos se cultivan suficientes acres de maíz como para cubrir toda Alemania y, a nivel mundial, los seres humanos cultivan más maíz que cualquier otra planta del planeta. Se puede encontrar en casi todas partes, ya sea en forma de mazorca entera, como bolsa de granos congelados, como segundo ingrediente en una lata de Coca-Cola (jarabe de maíz de alta fructosa), o mezclado con etanol en la gasolina de las estaciones de servicio. Desde el punto de vista industrial, es el mayor éxito en la historia de la agricultura. Pero desde el punto de vista cultural, su historia se caracteriza por la desconexión y la pérdida del espíritu.

El maíz fue domesticado por primera vez por los pueblos indígenas que vivían en el valle del río Balsas (justo al sur de lo que ahora es la Ciudad de México) hace casi 9,000 años, a partir de una hierba silvestre llamada teosinte. Mediante la cría selectiva, estos agricultores ancestrales convirtieron el teosinte en un cultivo alimenticio, con mazorcas de granos grandes y compactos: el maíz tal y como se conoce hoy en día. Este cereal rico en nutrientes ha servido de sustento a cientos de tribus de todo el hemisferio occidental durante miles de años. Migró y se adaptó a diversos climas, y desempeñó un importante papel espiritual en innumerables sociedades indígenas.

Cuando los colonos europeos llegaron a Norteamérica, se inició el camino de este cultivo hacia la mercantilización. Desde entonces, se ha desvinculado en gran medida de la historia y las tradiciones de las tribus que lo cultivaron, consumieron y celebraron durante milenios. Las variedades nativas tradicionales del maíz no se cultivan en sus tierras de origen desde hace siglos, ya que han sido sustituidas por sus versiones colonizadas, del mismo modo que los pueblos indígenas fueron expulsados de sus tierras por los colonizadores.

La rica historia del maíz como pieza central de la dieta mesoamericana ahora está entrelazada con las duras consecuencias de la mercantilización de los alimentos: fertilizantes sintéticos, modificación genética, enfermedades crónicas, agricultura animal, políticas de comercio exterior impulsadas por el capitalismo, etc.

Pero el espíritu del maíz, tal como lo han conocido los miembros tribales durante siglos, aún no se ha perdido. Miembros de comunidades indígenas de todo el mundo luchan por la rematriación del cultivo (el retorno a un modo de vida espiritual respetuoso con la Madre Tierra). Mediante el renacimiento de sus tradiciones alimentarias y agrícolas y plantando los cultivos que sus antepasados sembraban antiguamente, estas comunidades están revitalizando de nuevo su conexión con el maíz y su espíritu. De hecho, esto está ocurriendo aquí mismo, en el Condado de Boulder, Colorado.

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Conectando a las personas y el medio ambiente

El 1 de octubre de 2022, se celebró el primer Festival Anual del Maíz Harvest of All First Nations (Cosecha de todas las Primeras Naciones) en la granja Yellow Barn Farm, en Longmont (Colorado). Se hizo realidad tras casi dos años de diálogos y colaboraciones entre los miembros de la comunidad que trabajan juntos por la justicia ambiental, la soberanía alimentaria, el ecofeminismo, las reparaciones lideradas por indígenas, y la agricultura regenerativa. Y aunque se necesitó a todo un pueblo para planificar y crear el festival, el evento fue, en gran parte, una manifestación del trabajo de toda la vida de Andrea Yoloteotl Nawage (conocida también como “Yolo”), directora ejecutiva y fundadora de la organización indígena sin fines de lucro Harvest of All First Nations (HAFN).


Yoloteotl creció entre México, Canadá y Estados Unidos, y desde niña le apasionaban el medio ambiente y la justicia ambiental. Mientras vivía en México, fue testigo de las repercusiones que la pobreza y los sistemas sociales tuvieron en la salud ambiental y, a temprana edad, se hizo la promesa de comprometerse a cuidar el medio ambiente y su espíritu. Poco después, su pasión por ese cuidado del espíritu creció e incluyó a las personas de su comunidad circundante.


“No puedo separar a la gente del medio ambiente —señaló— porque la gente es la que tiene que volver a la tierra, abrir su corazón y su intuición, y entender que está viva”. Llevando consigo este sentimiento, Yoloteotl recibió capacitaciones y mentoría de curanderas durante su estancia en México, de las que aprendió a realizar ceremonias y rituales específicos para mejorar la salud de las mujeres, así como tratamientos postparto. Este trabajo dio forma a su visión indígena y ecofeminista, mediante la cual aborda su labor ambiental.

Hace unos 10 años, Yoloteotl se trasladó a los Estados Unidos y se asentó en Boulder, Colorado. Desde entonces, ha dirigido grupos locales de apoyo a la mujer basados en las costumbres indígenas, ha sido mentora y ha guiado a mujeres en ceremonias tradicionales de salud y curación, ha participado en grupos locales de danza azteca, ha representado a personas de color en comités del gobierno de la Ciudad de Boulder, y ha ofrecido capacitaciones sobre conocimientos y costumbres alimentarias indígenas a través de programas de sostenibilidad dirigidos por la Universidad de Colorado en Boulder. Todo este trabajo comunitario, que abarcó toda la última década, la acercó a las personas que se convertirían en sus principales colaboradores en la creación del primer Festival Anual del Maíz HAFN.

Cultivando una comunidad

Yoloteotl encontró inspiración para crear un festival local indígena en torno al maíz cuando trabajaba en un programa de la Universidad de Colorado en Boulder, llamado Foundations for Leaders Organizing for Water and Sustainability (FLOWS). El programa sirve de plataforma para el liderazgo y la educación en materia de justicia ambiental y social y para la educación cultural y el desarrollo de capacidades basadas en habilidades, con miras a animar y empoderar a los grupos marginados en su trabajo por la justicia climática. Está dirigido por la fundadora de FLOWS, Michelle Parish, y por Rinchen Indya Love, coordinadora del programa FLOWS.

“FLOWS pretende alterar la dinámica de poder existente y centrarse en la resiliencia, la adaptabilidad y la capacidad de prosperar de estas comunidades”, afirma Indya. Antes de la pandemia por el COVID-19, gran parte del trabajo de FLOWS consistía en ir físicamente a las casas de las personas y enseñarles estrategias de sostenibilidad en el hogar, como la conservación del agua y la jardinería sostenible. Pero cuando llegó la pandemia, tuvieron que pasar a una serie de talleres en línea impartidos a través de Zoom. Yoloteotl dirigió uno de estos talleres, en el que se exploró la conexión entre cultura, identidad, clima y alimentación a través de la historia del maíz y desde una perspectiva indígena.

Su charla tuvo tanto éxito entre los participantes de FLOWS que Elena Aranda, directora ejecutiva de la organización latina local El Centro Amistad, la invitó a dar una charla similar en una de sus cumbres para mujeres negras, indígenas y de color (BIPOC). Muchos de los asistentes de la cumbre eran de origen sureño, y estar inmersa en su comunidad le recordó a Yoloteotl los festivales que conocía en México, donde se celebraban cultivos tradicionales como el amaranto, el cacao y el maíz. Yoloteotl, Indya y sus colaboradores de Amistad, conscientes de que el maíz podía servir de hilo conductor para dialogar sobre la justicia y la soberanía alimentarias, los movimientos de recuperación de tierras y la justicia ambiental, se pusieron manos a la obra. “Si necesitamos cultivar maíz, necesitamos tierras. Y si necesitamos tierras, necesitamos recuperarlas”, precisó Indya. “Entonces, podemos tener un festival en nuestra tierra”.

A partir de ahí, Yoloteotl se reunió constantemente con FLOWS y El Centro Amistad durante dos años para elaborar estrategias y planificar el evento. El grupo de planificación también incluyó en sus diálogos a representantes clave del territorio local; entre ellos, miembros de las tribus Arapajó, Cheyenne, Shoshón, Ute y otros miembros de las 47 tribus que solían reunirse e intercambiar culturas, comidas e idiomas en la región, y puso gran atención en garantizar que el festival incluyera al mayor número posible de naciones y culturas tribales de la zona. El grado de intención en este esfuerzo fue tan profundo que inspiró el nombre del festival del maíz, que se le presentó a Yoloteotl una noche en una visión.

“Empecé a rezar por todo, pidiendo al Espíritu que me guiara. Una noche, les oí decir: “Harvest of All First Nations”. Ese es el nombre que debes llevar. Festival del Maíz Harvest of All First Nations”, relató. A partir de ahí, empezó a surgir la organización sin fines de lucro HAFN.

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Encontrando tierras

Una de las consideraciones más importantes para Yoloteotl y sus colaboradores a lo largo de su planificación fue el acceso a las tierras donde podrían celebrar su festival. En concreto, querían acceder a tierras en las que pudieran cultivar maíz nativo y otros cultivos tradicionales; es decir, tierras agrícolas. El festival tendría mayor repercusión si la gente pudiera interactuar con el maíz desde la tierra hasta la mesa.


Pero encontrar a un terrateniente o gestor de tierras que comparta sus valores no fue tarea sencilla. Según el censo estadounidense de 2017, apenas el 1% de todas las granjas del estado de Colorado cuentan con un productor indígena presente en las tierras (y ni qué hablar de uno que las gestione). El Condado de Boulder es aún menos representativo: un pequeño 0.3% de las granjas del condado tienen productores indígenas en sus tierras. Por ello, Yoloteotl y sus colaboradores tuvieron que hablar extensamente con otros miembros de la comunidad para averiguar dónde podían acceder a estas tierras, recuperarlas y restablecer la conexión indígena con el suelo. Ahí fue cuando apareció Marissa Pulaski, codirectora ejecutiva de Drylands Agroecology Research, una organización local sin fines de lucro dedicada al diseño regenerativo.


Pulaski creció con una conexión con el medio ambiente tan fuerte como la de Yoloteotl. Desde niña ha sentido una íntima conexión con la naturaleza. “Al crecer, mis mejores amigos eran los árboles y el espíritu marino”, afirma. “Siempre he tenido una profunda conexión con la Madre Tierra”.


La pasión de Pulaski por el mundo natural la llevó a estudiar en la Universidad Naropa, una institución especializada en programas de titulación que combinan lo académico con las artes, la atención plena y el compromiso con la comunidad. Allí, Pulaski se especializó en Estudios Medioambientales y Psicología de la Salud y la Curación, con especial énfasis en la medicina de los espíritus de las plantas y la justicia ambiental.


Tras sus estudios, el trabajo de Pulaski la llevó a la granja Elk Run Farm, la propiedad en la que trabaja desde hace años con su pareja, Nick DiDomenico. Juntos han compartido la misión de revitalizar el paisaje de la granja, antes desertificado, y convertirlo en un ecosistema exuberante y próspero siguiendo los principios de diseño regenerativo.


Gracias a la experiencia de revitalizar ese paisaje, el dúo se dio cuenta de que podía aplicar las mismas pautas y principios de la agricultura regenerativa a otras zonas desertificadas, tóxicas, estériles y que, a menudo, se superponen con las comunidades marginadas. Así que Pulaski y DiDomenico fundaron juntos su propia organización sin fines de lucro, Drylands Agroecology Research (DAR), con la misión de restaurar la Tierra y a las comunidades mediante el diseño regenerativo. Su labor se centra en cuatro áreas clave: diseño regenerativo, investigación, defensa cultural y educación. El papel de Pulaski es dirigir los esfuerzos de defensa cultural y educación de DAR. Se asegura de que todos sus proyectos sean inclusivos y que se trabaje activamente con las poblaciones marginadas de la comunidad.


Uno de esos proyectos fue la restauración de las tierras de Yellow Barn Farm, una propiedad que había sido una granja lechera y, más recientemente, una granja ecuestre. Situada a solo cuatro minutos de Elk Run, los propietarios de Yellow Barn se habían interesado por la agricultura regenerativa. Cuando se enteraron del trabajo de sus vecinos a través de DAR, los contrataron para que los ayudaran a revitalizar sus tierras.


Mientras DiDomenico y Pulaski trabajaban para reparar el suelo de Yellow Barn, separaron alrededor de un acre de tierras en la parte delantera de la propiedad para construir un huerto. “Recé y recé para descubrir cómo podía conseguir que esa parcela formara parte de un proyecto de soberanía alimentaria para una comunidad necesitada”, contó Pulaski. En el fondo, sabía que el espacio que estaba creando se iba a utilizar para algo especial. Fue entonces que llegó Yoloteotl y compartió su visión del festival con Pulaski.


En realidad, las dos mujeres se conocían desde hacía muchos años, ya que habían entrado en contacto originalmente a través de ceremonias de la danza de la luna, un ritual tradicional azteca que se centra en reunir a mujeres para que sanen traumas ancestrales mediante la danza. Posteriormente entablaron una relación de trabajo y empezaron a colaborar en proyectos relacionados con la salud de las mujeres, incluidos los tratamientos tradicionales de atención posparto.


Como Pulaski y Yoloteotl habían forjado juntas una sólida relación a lo largo de sus años de trabajo comunitario interconectado, sabían que podían confiar la una en la otra y colaborar a un alto nivel. Cuando un miembro de la comunidad sugirió Yellow Barn Farm como lugar para el festival del maíz, Yoloteotl se dio cuenta de que la organización sin fines de lucro de Pulaski estaba realizando tareas de diseño regenerativo en esa granja. Cuando presentó las necesidades de su festival a Pulaski, sus trabajos recientes y sus valores encajaron a la perfección.

“Teníamos este terreno que se estaba preparando, y Yoloteotl tenía una visión y un sueño, todo ello a través del Espíritu del Maíz”, comentó Pulaski. “Era obvio que este huerto era donde teníamos que plantar los alimentos que ella necesitaba”.


DAR se puso a trabajar inmediatamente para plantar en su huerto diversas variedades indígenas de semillas. Algunas procedían de la cercana reserva Hopi y otras se las habían pasado sus amigos de Spirit of the Sun, una organización local sin fines de lucro dirigida por indígenas. Los cultivos que se obtuvieron incluían tabaco jazmín, cereales resistentes a la sequía como el maíz azul de Chihuahua, el amaranto y el sorgo, frijoles negras hopi y mucho más.


Cada semilla se consideraba sagrada y todas se plantaban con el apoyo de las comunidades de las que procedían. Yoloteotl tuvo especial cuidado en preguntar a los miembros de las comunidades indígenas locales qué querrían que se plantara allí, asegurándose de que los alimentos que cultivaban eran los que su pueblo necesitaba. A medida que se plantaban las semillas, se celebraban ceremonias para pedir a los espíritus de la tierra que protegieran los cultivos, los ayudaran a crecer e invitaran a las personas adecuadas para que vengan y se conecten con ellas.

Al reflexionar sobre toda la experiencia de planificación del festival y, en particular, sobre los esfuerzos para encontrar y recuperar las tierras, Yoloteotl lo describió como nada menos que un hermoso viaje. “No hemos forzado nada”, manifestó. “Las cosas se han desarrollado de una forma tan orgánica, que es hermoso recordar y ver cómo Spirit nos ha ido abriendo las puertas y nos ha aportado tantos recursos”.

“Es como si este movimiento tuviera espíritu”, afirmó. “Lo sentimos a través de la Madre del Maíz [figura de algunas leyendas tribales indígenas a la que se atribuye el origen del maíz]. Ella es la que ha venido a nosotros y nos ha dicho: “Es hora de alimentar a la gente”. Nos ha dado la oportunidad de recuperar la esencia de lo que somos a través de la conexión con la tierra”.

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Celebrando el maíz

Tras dos años de planificación, y teniendo tierras y cultivos ancestrales plantados en la tierra, el festival del maíz HAFN por fin empezó a tomar forma. La organización sin fines de lucro HAFN se fundó oficialmente para ayudar al equipo de planificación a recaudar fondos para el evento. Y a medida que recababan más y más apoyo, pudieron afinar y ultimar su enfoque del evento. Serviría principalmente a las comunidades BIPOC y a las comunidades subatendidas a través de la educación, las prácticas de curación ancestrales y la recuperación del conocimiento y las formas de vida indígenas. Con ello, los colaboradores del festival esperaban fomentar la equidad en salud, apoyar la justicia alimentaria y los movimientos de recuperación de tierras, y ayudar a que las personas BIPOC de su comunidad se reconecten con la tierra.

Con el maíz como hilo conductor, organizaron una jornada completa de comida, arte, canciones, danzas, charlas educativas y talleres interactivos, y devolvieron el espíritu a los cultivos y las tierras, del que estos habían carecido durante demasiado tiempo. Para el primero de octubre, las hojas de Boulder habían cambiado de un verde brillante a vivos tonos rojos, naranjas y amarillos, lo cual creó el escenario perfecto para el despliegue de diversidad, cultura, tradición, conexión y amor por las personas y el planeta, por la mañana hasta la noche. Y aunque no siempre se define así, eso es la regeneración.

Paseando por el festival, los asistentes se vieron rodeados de bellas y vibrantes muestras de vida en movimiento. La jornada comenzó con reconocimientos de tierras por parte de la propia Yoloteotl y con una ceremonia de danza azteca y una oración de apertura. Alrededor de Yellow Barn Farm se instalaron escenarios, cada uno de ellos con un programa temático repleto de actividades, actuaciones y talleres que la gente podía ver y en los que podía participar. Los temas de estas sesiones incluyeron charlas y actuaciones sobre descolonización, paneles sobre justicia ambiental y agricultura regenerativa, talleres interactivos y demostraciones de cocina (incluida la nixtamalización del maíz, una forma ancestral de preparar el maíz para mejorar la nutrición, utilizada en la cocina tradicional), cuentos y cortometrajes.

En resumen, el festival resultó ser todo lo que Yoloteotl, Indya, Pulaski e innumerables colaboradores de la comunidad habían esperado que fuera: una celebración de unidad y conexión, de persona a persona, y de persona a tierra. A pesar de las diferencias en cuanto a historias y tradiciones, todos los asistentes del festival tenían algo en común: fueron capaces de permanecer juntos en la tierra y en ese momento gracias al maíz, sustento de sus antepasados.

Ya sea que los asistentes lo hayan sabido o sentido antes del festival o no, el maíz y el ser humano mantienen una relación profunda, casi simbiótica. Los pueblos indígenas lo saben desde hace siglos. En palabras de Yoloteotl: “Vemos el maíz como nuestro pariente —una planta hermana— que está aquí para ayudarnos como enlace entre la Tierra, el agua y la creación. Está aquí para ayudarnos a todos a coexistir”. Pulaski, sentada a su lado, añadió: “Así que cuando cuidamos el maíz, cuidamos a nuestro pueblo”. En otras palabras, el festival del maíz no solo consistió en cultivar y comer maíz nativo y devolverlo a la tierra a la que pertenece. Consistió en volver a poner a la gente en contacto con la relación espiritual que sus antepasados tenían con el maíz.

Al fin y al cabo, el maíz es un ser. Como todas las demás plantas, está vivo. Y cuando se come, los humanos y el maíz se convierten en uno. La educación y la socialización occidentalizadas pueden hacer que esa idea parezca descabellada. Las formas de pensar colonizadas mantienen una segregación entre los humanos y la naturaleza. Pero las formas de conocimiento indígenas siempre han visto a ambos como uno solo. Y en este sentido, los pueblos indígenas siempre han sabido que la relación más grande que existe entre los humanos y la tierra se da a través del acto de comer.


Comer es una de las únicas interacciones directas con la tierra que toda persona debe hacer a diario para mantener la vida. Conectar esa acción con algo más grande (llámese espiritualidad, tradición, ecologismo, sostenibilidad o regeneración) puede ayudar a casi todo el mundo a descubrir la conexión entre la necesidad de un suelo sano, agua saludable y plantas sanas, y la creación de comunidades saludables y prósperas.

El primer Festival Anual del Maíz HAFN en Boulder mostró la regeneración tal y como los pueblos indígenas la han conocido y entendido durante siglos. Demostró que mantener relaciones espirituales, emocionales y físicas entre nosotros y con la tierra puede ayudarnos a comprender que formamos parte de un ecosistema más grande, uno del que no debemos tomar, sino al que debemos devolver constantemente, y por el que debemos expresar gratitud.

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Originally published in
Mad Agriculture Journal Issue 8

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