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Diario de Mad Agriculture

Publicado en

November 09, 2022

Escrito por

Philip Taylor

Fotos por

Arina Abbott

Estimado lector:

Uno de los grandes desastres de la colonización es la pérdida del relato, la memoria y el trauma resultante de relaciones quebradas que dejan heridas abiertas o crean cicatrices que se vuelven difíciles de ver e incluso más difíciles de sanar. Vivir sin miramiento en un lugar desorienta a la historia y crea ceguera del pasado que trastoca nuestra responsabilidad y rendición de cuentas respecto de lo que la gente y el lugar nos necesita que seamos para lograr equidad y belleza para prosperar. 

He vivido en Colorado por 13 años y confieso que apenas conozco el lugar. Como ecologista y amante en general del lugar, me sorprende muchísimo como me siento un sapo de otro pozo, a pesar de que estoy aquí por voluntad propia. En pocas palabras, estoy aprendiendo que se tarda generaciones en descubrir y vivir en la relación correcta. Y no depende de mí decidirlo, sino que requiere de un esfuerzo comunitario que genere y confíe en relatos, canciones, rituales, observaciones, cuidados, vivencias y más, que deben evolucionar con el tiempo.

Muchos de nosotros hemos sido pioneros por los mares, el país y la cultura, sin desarrollar un vínculo firme con los lugares y las personas de los que dependemos. Para mí, esta conducta se origina en la colonización y la idea de que hay más libertad y oportunidades fuera del lugar donde estoy ahora. Me mudé por todo el país en busca de mis aspiraciones profesionales y la curiosidad por el oeste. Si mi deambular es “bueno” o “malo” es tema de otro debate. En todo este tiempo, me di cuenta que por las mudanzas existe el peligro de producirse una mayor desconexión con el mundo natural. Creo que esto sucede a nivel personal y de la civilización. Es fácil vivir casi por completo dentro de los sistemas artificiales que creamos para protegernos contra estar en la naturaleza. Nuestro disfrute de la naturaleza a menudo se reduce al ejercicio, el yoga o el senderismo, y otros esfuerzos mentales, como pensar acerca de cómo conducir vehículos y el cambio climático podrían producir mantos de nieve o conflictos en África. 

Es poco común que la gente conozca el suelo, las aves, las algas, el liquen y las complejidades de los ecosistemas en los que vivimos y respiramos. Perdemos más de lo que podemos apreciar cuando nos desarraigamos, porque abandonamos relatos más profundos por lograr el progreso y casi nunca regresamos al ejercicio de comprender nuestro lugar, que lleva tiempo, paciencia, curiosidad y muchas preguntas. 

He estado aprendiendo que el relato es la base de la existencia sabia. Como escribe la Dra. Clarissa Pinkola Estés: “El relato es mucho más antiguo que el arte y la ciencia, y siempre será el más viejo en la ecuación, sin importar cuánto tiempo transcurra”. Algo que aprendí en este último año es la importancia de escuchar a los mayores y a quienes no solemos poder ver debido a los privilegios. Hay muchos tipos de relatos. En los últimos años, me sentí atraído por los relatos de mis vecinos no humanos, heridos por la agricultura. 

La agricultura actualmente es la fuerza más destructiva en el planeta, y se presenta como el mayor impulsor del cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la destrucción de hábitats, la erosión del suelo, la injusticia de la mano de obra y mucho más. Si esperamos sanar nuestra relación con la Tierra, debemos empezar por la agricultura, el nexo entre la salud humana y la planetaria. Creo que debemos empezar por los relatos de las cosas que hemos pisoteado, exterminado y desplazado, que exploro en mi ensayo “Animal Hats”.

Un querido amigo hace poco me entregó un librito de Albert Schweitzer, un extraordinario polímata que ganó el Premio Nobel de la Paz en 1956. Schweitzer apela a una ética ilimitada de compasión y cuidado de todas las cosas vivas basándonos en la Reverencia por la Vida; 

“El amor profundo exige una concepción profunda y de esto, surge la reverencia por el misterio de la vida. Nos acerca a todos los seres. Al más pobre y al más pequeño, además de a todos los demás. Recitamos la idea del hombre “amo de otras criaturas”, “señor” sobre todos los demás. Nos inclinamos ante la realidad. Ya no decimos que hay existencias insignificantes con las que podemos lidiar a nuestro antojo. Reconocemos que toda la existencia es un misterio, como nuestra propia existencia. La pobre mosca que quisiéramos matar con nuestras manos vino al mundo como nosotros. Conoce la ansiedad, conoce la felicidad esperanzada, conoce el miedo de dejar de existir. ¿Alguien hasta ahora ha podido crear una mosca? Por eso es que nuestro vecino no es únicamente el hombre: mi vecino es una criatura como yo, sometida a las mismas alegrías, los mismos temores y la idea de Reverencia por la Vida nos da algo más profundo y poderoso que la idea de humanismos. Incluye a todos los seres vivos”.

Albert apela a una ética que ve a todas las cosas vivas como vecinos, y nos pide que basemos nuestras relaciones en un amor más extenso. Esta idea es potente porque valoramos lo que amamos. Peleamos, defendemos y protegemos lo que amamos. Nos ocupamos de lo que amamos. 

Amar no siempre es conveniente. De hecho, amar es un trabajo arduo. El amor es una cuestión de elección. Requiere de atención, vulnerabilidad, compromiso y hacer cosas que no quieres hacer. Los humanos han olvidado que lo más importante es amar. No debemos alejarnos de las esferas del sufrimiento, sino tender a esa dirección. 

¿Cómo podemos proteger, preservar, cuidar y sanar lo que no entendemos? ¿Cómo nos ocupamos de lo que no conocemos? ¿Cómo observamos el pasado y el futuro al mismo tiempo, dado dónde estamos?

Creo que sería fructífero recordar primero lo que se ha perdido, y, con suerte, en nuestro recuerdo colectivo empezaremos a construir una ética ilimitada que procure lograr la equidad para todos. Este proceso empieza por observar, escuchar y compartir lo que encontremos. En esta revista, comparto algunos relatos de las especies con las que me conecté, y que han moldeado mi vida. Los invito a hacer lo mismo. Las honro, sus relatos y su lugar, como mis vecinos del planeta Tierra. 


Locamente,
Phil

Originally published in
Mad Agriculture Journal Issue 5

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