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Diario de Mad Agriculture

Publicado en

June 01, 2020

Escrita y illustrada por

Caity Peterson

Fotos por

Jordan Perkins

Primero lo primero: como una nueva voz de Mad Ag Journal, permítanme presentarme. Escribo esto cuando pasó casi un año desde que llegué a la Cordillera Frontal. Antes de eso estaba en California estudiando para obtener mi doctorado en UC Davis, y antes de eso en Cali, Colombia donde fui investigadora de desarrollo agrícola y me solían enviar a Ghana, Tanzania, y otros lugares en los trópicos del mundo para estudiar e informar sobre la adaptación al cambio climático en la agricultura de pequeña escala. Y antes de eso, en Florida, donde crecí y donde todo empezó en la granja de mi familia, donde criábamos caballos y mi mamá tenía un huerto, mis hermanos y yo el raro ganado 4-H, donde de noche había coyotes que reían en el pastizal trasero y de día tortugas mordedoras holgazaneando en el estanque debajo del hueco del viejo roble. Y antes de eso, y antes de eso…

Cuando era estudiante de posgrado en California opté por estudiar ecología en lugar de las especializaciones de agronomía y horticultura por las que UC Davis es reconocida. Cuando les explicaba esta decisión a mis colegas y parientes confundidos, siempre recurría al mismo justificativo: quería ser una ecologista que estudia agricultura en lugar de una agrónoma que incursiona en ecología.

Puede parecer una diferencia trivial pero, para mí, afecta mi manera de ver las cosas: la granja como un ecosistema en lugar de una máquina, y la agricultura como un paisaje de jerarquías cambiantes e interacciones complejas entre el suelo, el agua, el aire y los organismos.

Además, también me atrae la ciencia de la ecología porque es reciente y desordenada, y cambia rápido. Las teorías que aprendí en la universidad solo diez años atrás ya son todas obsoletas. Además, muy pocas cosas de ecología se pueden aprender sin temporadas prolongadas y concentradas de observación en el campo. Los primeros héroes del pensamiento ecológico fueron aventureros y exploradores: ¡Humboldt en el Monte Chimborazo! ¡Darwin en las Galápagos! ¡E.O. Wilson en Nueva Guinea! Incluso hoy, hay muy pocos ecologistas completamente dedicados al aspecto teórico. La disciplina todavía necesita comprobarse. Esto quiere decir salir y pasar hambre, cansancio y ensuciarse y, si eres como yo, quemarse con el sol, en busca de tu ciencia. Y eso me gusta.

Con ese pequeño soliloquio que acabo de dar, es hora de que regresemos a mi concepto favorito y teoría de trabajo en ecología: la resiliencia. No, no #resiliencia. Reconozco que es un bonito hashtag; una perfecta palabra de moda para levantar el ánimo en épocas de incertidumbre y, sobre todo, ahora que estamos todos cansados de usar #sustentabilidad. Pero quiero hablar de la resiliencia que yo conozco, que es un concepto mucho más profundo, arraigado en el pensamiento ecológico de, bueno, algunas décadas atrás como mínimo. 

Cuando era estudiante de grado en Florida y estudiaba ecología de las plantas, aprendí que los ecosistemas en su punto máximo están en equilibro. Que los ecosistemas solo cambian cuando están acercándose a su clímax, de un paso en la cadena de sucesión al siguiente. Los ecologistas ahora piensan diferente. Los sistemas no son estáticos sino en cambio constante o desequilibrio. Los ecosistemas estables son los casos atípicos. “Equilibrio dinámico” es el nombre sexy que los ecologistas escogieron para esta propiedad. Hashtag para eso. Y lo importante es que no hay un único estado posible para un ecosistema, sino muchos. Muchas realidades alternativas, por así decirlo.

Hay muchos gráficos geniales con líneas que describen este concepto de ecosistemas. Está este, por ejemplo:

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Se llama “el ciclo adaptativo”. Bonito, ¿no? Muestra cómo el ecosistema se mueve en ciclos a través de etapas continuas de cambio, desde la explotación (crecimiento rápido y consumo de recursos) hasta la conservación (quedarse igual por un tiempo), liberación (un cambio repentino) y reorganización, cuando los componentes del sistema se reacomodan en otro sistema que no siempre luce igual al original. 

O está este, otro de mis favoritos: 

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“Histéresis”. Muestra cómo un sistema en un estado puede cambiar de manera rápida y no lineal a otro estado, y cómo no siempre se puede seguir la misma trayectoria para “regresar” al estado original. El estado de un sistema, en otras palabras, depende de su historia. ¿Parece pertinente para la gestión de las tierras de cultivo? ¿Y para la ganadería o silvicultura, al fin y al cabo? Piénsenlo así. Se puede pastar un determinado tiempo en una pradera árida, solo una determinada cantidad de ganado, antes de convertirla en un desierto. Cuando alcanza ese punto de inflexión, ¿es tan simple como sacar el ganado y la pradera se recuperará? Es probable que no. Se deberán aplicar fuerzas de gestión correctiva que son desproporcionadas a las fuerzas de pastoreo que causaron el cambio en primer lugar. Y podría tardarse mucho más en regresar al estado de pradera que lo que se tardó en pasar de pradera a desierto. Eso es la histéresis. 

Pero nos estamos yendo del tema. Este otro gráfico de líneas llega al meollo de la cuestión de la resiliencia. Se llama diagrama de bolas y valles, o diagrama “bolita rodante” o… bueno, todavía estoy buscando mejores nombres para esta cosa. Les dije que la ecología es una ciencia nueva. Quizá tenga un nombre insatisfactorio, pero nos dice mucho sobre las cosas con solo unos trazos.

En primer lugar, la resiliencia es una propiedad de los sistemas. Cualquier sistema (agrícola, marino, urbano, social, digital) puede tener esta propiedad en diversos grados. Refleja la robustez de la realidad actual del sistema. Las cosas se ven bastante bien (o bastante mal) ahora mismo, pero ¿es probable que sigan así? ¿O un empujoncito podría enviarlas a otro estado?

En segundo lugar, un sistema es un panorama completo de estas posibilidades alternas, que se parece mucho a esos juegos laberínticos a los que jugaba de niña. Había uno para rodar una bolita dentro de una cajita plástica, en el que se intentaba recorrer el laberinto mientras se evitaban los hoyos y los extremos sin salida. Los hoyos, o valles, son diferentes estados posibles en los que puede caer el sistema, según la distancia y el sentido en el que se incline el laberinto.

Por último, la forma del valle representa la resiliencia del estado actual del sistema: profundo y estrecho significa sumamente resiliente. Sería necesario mucho esfuerzo, muchas perturbaciones apiladas y/o factores tensionantes crónicos para empujarlo hacia arriba y por encima de la cuesta. Por otro lado, en el valle poco profundo y ancho, con un golpecito y cambia completamente el juego de la bolita. Una granizada. Un año de sequía. Una pasada de más del arado.

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Lo interesante para quienes gestionan sistemas ecológicos, incluso los granjeros, es que la forma de ese valle puede cambiar. Las medidas que tomas en tu granja, las estructuras y las interacciones que fomentas, pueden hacer al valle más somero o más profundo. Quizá tengas un campo improductivo, con bajo rinde crónico y suelo hostil. Entonces trabajas para que el valle sea más somero para que, llegado el momento, el campo consiga un estado más sano e íntegro. Y, por el contrario, en un sistema que está funcionando a tu favor, puedes profundizar el valle y hacer todo lo posible para asegurarte de que incluso un golpe brusco no detendrá el funcionamiento que ha estado teniendo. Puedes construir autosuficiencia, redundancia, diversidad, adaptabilidad, y así fomentar la resiliencia. Como un gráfico de líneas. Una sola línea es simplemente bidimensional. Pero más líneas se agregan, más posibilidades surgen: la posibilidad de profundidad, de textura, de sombra.

El antiguo método agrícola nos diría que debemos actuar sobre la bolita misma, metiéndole insumos y maquinarias a un problema para obligar a un sistema a producir el resultado deseado. La nueva metodología observa la forma del valle mismo, ajustando estratégicamente las cuerdas para reconfigurar el panorama de equilibrios subyacentes del ecosistema agrícola. El antiguo, le asigna al granjero el rol de Sísifo. En el nuevo, es el titiritero.

El ecologista C.S. Holling asignó primero la palabra “resiliencia” a la propiedad que describe la capacidad del sistema para seguir funcionando bajo estrés. Eso fue en 1982, casi 120 años después de la publicación de El Origen de las Especies, y casi 300 años después de que Newton describiera las leyes del movimiento. La ecología está embebida en novedad, regeneración, conocimiento emergente de la tierra viva. La ecología quizá sea reciente, pero hemos estado desarrollando esta comprensión de la resiliencia por años y años. El entusiasmo en torno al término y lo que significa para la manera en la que construimos nuestras más nuevas realidades no es una moda pasajera. No es una idea novedosa sino una nueva síntesis de gran parte de lo que ya sospechábamos aquellos que observamos el mundo de manera minuciosa, nosotros, los granjeros, los ecologistas. Es un valle de ideas, profundo y con muros altos. Pero, lo más importante, todavía en etapa de construcción. ¿Cómo medirla? ¿Cómo llevar la teoría a la práctica? Incluso, ¿cómo llamarla? Estamos juntos en ese viaje, ahora mismo; llego la hora de construirla.

Originally published in
Mad Agriculture Journal Issue 3

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